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domingo, 15 de noviembre de 2009

No gana quien tiene razón, sino el que gana, tiene razón o la historia la escriben los que ganan.

La frase que me toca comentar en este momento no suele resultar muy simpática, porque a veces, en el sentido popular, parece que ajena a la idea de justicia.
Por ejemplo: si el abogado X defiende a un cliente (despreciable como persona, supongamos) sabiendo que su teoría del caso es falsa, ello parece ser algo sumamente criticable, antiético...etc.
Pero esto siempre y cuando si creemos que lo justo es verdadero y lo verdadero es justo. Sin ponerme a analizar qué es lo justo, entiendo que la frase señalada nos quiere advertir (o avisar, o mejor despertarnos) que lo verdadero no existe.
Sí, la verdad no existe. Pero, ¿cómo puede ser ello así? De hecho, estoy expresando un enunciado de verdad cuando digo "la verdad no existe".
Entiendo que no existe como cuestión intrínseca, sino que un enunciado es verdadero en tanto y en cuanto es dotado de verdad por quien tiene el poder para aceptarlo o para rechazarlo. En este sentido, la verdad está abrazada al poder, entremezclada, no puede despegarse de él (ni él de ella), es poder-saber y saber-poder (nada más ni nada menos, Foucault), porque el discurso será verdadero cuando sea resultado de una práctica de poder, y la práctica de poder buscará su fundamento en discursos (tildados de) verdaderos.
Esto se traduce de un determinado modo en un juicio penal: las hipótesis planteadas acerca de un hecho no son verdaderas ni falsas, es decir, la teoría del caso de la defensa, del fiscal o de la querella (por ahora, me gustaría pensar que los jueces no deben tener una teoría del caso sobre un asunto determinado, sino que deben limitarse a aceptar o rechazar las que las partes les ofrecen) no son verdaderas hasta que la sentencia reconoce su validez. Pero esto no significa que el acto de reconocimiento de la certeza de una de las hipótesis planteadas es arbitrario y vale porque "el juez así lo dijo"´.
La complejidad para establecer cómo sucedieron los hechos pasados (máxime cuando son muy pasados, como sucede cuando se elevan a juicio las causas en la capital, al menos) obliga a realizar una teoría del caso que permita convencer al juez de que las cosas sucedieron un modo y no de otro, y si es bien elaborada y planteada la hipótesis, el juez la reconocerá y la dotará de validez.
Así, no es que el acto arbitrario de poder dota de verdad un enunciado ridículo o absolutamente falaz, sino que en la mayoría de los casos la virtud del abogado en plantear los hechos y las pruebas de un determinado modo es lo que permitirá que luego ese caso sea dotado de verdad. Esto quiere decir que, a priori, ninguna de las hipótesis es verdadera sino hasta el momento en que quien tiene el poder para pronunciarse acerca de su validez, lo hace.
No fui a muchos juicios orales (de hecho fui solo a dos), pero el lunes pasado fui a uno y me llamó la atención justamente que es sumamente difícil probar un determinado hecho, sobre todo cuando la prueba que define la suerte del imputado es testifical, porque el discurso del testigo suele estar influenciado por la posición desde donde vio, su capacidad de visión, de audición, la influencia del recuerdo en su discurso...etc.). Entonces, después de irme de la sala de audiencias pensé: no hay ninguna hipótesis verdadera, pero tampoco falsa. Las teorías del caso del fiscal/querella y la de la defensa pueden ser ciertas, o no. Justamente, la certeza la obtendrán cuando el tribunal les dé la razón.


Pablo Tello

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